Aunque no se sobrepase, cada aumento de peso ejerce su presión sobre la balda, dejando así su huella. Quizás no te des cuenta al principio, pues tu foco de atención no está en la estantería. Además todo parece firme, y equilibrado, como si nada pasara ¿verdad?
Día tras día, el peso se hace presente. La balda empieza a ceder apenas un milímetro, luego otro, y otro, y así sucesivamente. Se comba lentamente, sin ruido, sin que lo notes. Hasta que un día, tu mirada se dirige hacia la estantería, y más concretamente hacia aquella balda que ya no está como las demás. Parece que como por arte de magia esta se curvó. Te das cuenta entonces que esa balda ha perdido su forma original.
Entonces, podrás lamentarte, podrás maldecir, te preguntarás porqué no te diste cuenta antes, e irás rápidamente a quitar el sobrepeso que quizás nunca debió haber soportado. Haciendo esto, impedirás que la balda se siga combando. No obstante, ya jamás volverá a recuperar su forma original, pues el peso que esta soportó dejó en ella su marca para siempre.